1/5/09

A mí no me engañan

No creo en absoluto que la mayoría de los autores de esos horrendos crímenes cometidos contra los republicanos estén sufriendo en su conciencia por lo que hicieron. Su conciencia amañada, su religión y su dios en la tierra, el enano matarife, les daban todas las razones para hacer lo que hacían. La mayoría de esas muertes eran actos de odio, de rencor, pero también de placer. Disfrutaban con el omnímodo poder que les daba la impunidad absoluta. Estaban convencidos de estar limpiando de rojos el país, de salvar los valores eternos de ellos, no había que dejar ni uno, ni siquiera a sus hijos o parientes.
Las vejaciones duraron casi hasta los años sesenta, las delaciones por desafecto al régimen podía efectuarlas cualquiera, simplemente por odio, por no haber saludado a uno en la escalera de la casa, por motivos increíblemente nimios. Nadie comprobaba la certeza o no de la denuncia, se limitaban a detener, torturar y fichar y, a partir de ahí, uno se convertía en sospechoso de por vida y con antecedentes hasta aquí, que se sepa los archivos no han desaparecido, sólo hacían desaparecer las pruebas que les inculpaban a ellos, pero las fichas policiales han sido utilizadas incluso contra miembros del Parlamento, como el caso de Curiel y algunos otros.
No están arrepentidos, no han sufrido por las muertes y las torturas a que sometieron a la población civil, de hecho si pudiesen- no hay más que oírles o leerles, a ellos o a sus descendientes (la semilla del diablo)- lo volverían a hacer con más odio, con más vesania de la que emplearon entre el 36 y finales de los 50. De esta gente no se está a salvo nunca, no tienen los mismos esquemas que los demócratas, ni la conciencia, ellos matan por la religión, en su nombre, que no es lo mismo, y luego el señor, el suyo, les recompensa. Casi como el cuento de las la huríes y el paraíso mahometano.
No digo que haya que juzgar a nadie a estas alturas, pero sí honrar a los muertos, cada uno a su manera, restituir sobre todo la dignidad perdida a cuantos sufrieron horrores por no pensar como ellos, contar la verdad: ellos fueron los criminales, los que provocaron un levantamiento sangriento, los que utilizaron la victoria para destrozar a los vencidos más allá de la contienda, especialmente durante los "25 años de paz" de su excelencia el enano. Hay que desterrar todas esas placas "a los mártires" de iglesias, hospitales, y edificios públicos en los que se ensalza a los vencedores, hay que echar a la iglesia de donde no debe estar... es un peligro permanente para cualquier democracia, desde sus púlpitos y desde esa red inmensa, tejida durante siglos, de organizaciones de todo tipo, manejan y movilizan a una parte de la sociedad a su antojo.
No puedo estar de acuerdo en que han arrastrado su arrepentimiento durante setenta años. Seguro que en el calor de la noche, en las tertulias familiares, siguen jactándose de sus crímenes, de cuantos rojos mataron aquí o allá, aunque eso sí, planteándolo como una participación responsable en una santa cruzada contra el demonio rojo para salvar a la patria.
Lamentablemente el nuevo enano de Valladolid ha logrado separar en pocos años a las dos Españas, vuelve a coexistir una mitad cargada de odio, incapaz de aceptar las reglas del juego y perder de vez en cuando el poder político (el poder económico y mediático no sólo lo conserva incluso lo ha incrementado), y otra mitad dispuesta a mirar para otro lado, a condescender y casi a poner la otra mejilla, de nuevo. Y si alguien no está de acuerdo que analice los votos de los ciudadanos de los últimos 15 años.
No estamos a salvo, la democracia es débil, siempre a punto de perder la salud por las infecciones, por la bajada de las defensas, por la indiferencia de muchos, por el pasotismo de otros, por esa mayoría silenciosa que no sabe no contesta, que no lucha por defender sus libertades, quizás ni siquiera saben que las tienen.
¿Me habré levantado optimista hoy?

07.09.08

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Agradeceré cualquier comentario que quieras dejarme.